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jueves, 14 de octubre de 2010

Breve llamada desde Subiela / Alfredo Tejos


Breve llamada
desde Subiela

Y yo que me había prometido
no volver a decirme cosas como:
"tengo una soledad así o asá",
olvidar aquello que María Marta Serra Lima
cantaba como un moribundo manatí:
"Yo tengo que decirte la verdad-te juro por los dos-
tal vez mañana puedas comprender"...Esas cosas.
Pero -y esto te costará
un muy largo beso con sabor a whisky-
hoy me descubrí a mí mismo
tan desencontrado,
diciendo esas cosas y otras tantas.
Cosas, vos sabés,
que me enfurecen,
porque, amor, malamente me recuerdan
que no tengo nada. Pero nada.
Y aún así te llamo
y María Marta canta:
"te juro por los dos
que me cuesta la vida"...Esas cosas.
Como quisiera, amor, subir al negro tren
que al fin y al cabo soy, he sido siempre,
y pasar en medio de albergues y de kioscos
y llegar cubierto de lluvia y sastrería
al lugar del que seguro
ya te fuiste.
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Desde el Callejón del Gato

jueves, 8 de julio de 2010

A solicitud del poeta Alfredo Trejos hago pública la siguiente carta.

CARTA EN TIEMPO REAL A LOS HOMBRES DE LA COMPAÑÍA DE LUZ

I

Permítanme decirles: desalmados.

Mejor aún: hijos de puta.

Bonita mañana

han elegido para dejarnos

sin una gota de energía.

Tengo una resaca furiosa.

Moriría si tomo una ducha

con agua helada.

Quiero freír un huevo

y no puedo.


Está jugando

la sagrada selección argentina

y no la puedo ver.

todo está tan oscuro.

La muerte sale de las grietas,

la portada de la biblia

se corroe…

Bonita mañana, infelices,

han elegido para…Un momento:

volvió la luz.

Que tengan un buen día.

II

¿Para qué restablecen

el servicio?

¿Para qué nos reconectan, pelacables,

a las cosas tan crueles que nos pasan?

Tenemos luz, pero no vida.

Maradona está tan solo

en el banquillo; parece un ogro

de los bosques de Palermo.

¿Para esto nos tiraron

la luz, anudachispas?

Ah, marcador injusto…

Un momento: cayó la lápida.

Alemania cuatro, la vida cero.

III

De nada vale agarrarla

contra el 10.

Decirle: “junkie rebotado,

quién te dijo que sos técnico,

magno tropezón de sicilianas”.

El televisor enciende con la furia

de una hoguera eléctrica

para quemar en ella las serpentinas,

los últimos papeles blancos y celestes,

tristes documentos del alma.

Hombres de la compañía de luz:

¿En qué estaba pensando

al desearles un buen día?

No lo merecen.

Ustedes no saben

administrar la oscuridad.

Alfredo Trejos 3 de julio de 2010
Desde el Callejón del Gato

viernes, 12 de febrero de 2010

Mingitorio

Texto del Alfredo Tejos



Mingit

rio

Y si de pronto un día

para mi desgracia

empiezo a beber más

y a notar que orino menos

en proporción de tres a uno.

Si un día paso al baño del Betania

con diez cervezas lijándome las tripas

y no lo quiera Dios

mis riñones van a huelga

y son tubos de ensayo

lo que debieran ser barriles

y a un par de pasos de mí

la muerte me pone manos arriba

con un palo de golf sacado de la nevera...

Diré:

"San Juan Urólogo,

aceta el rezo de este pobre tomador perdido.

Que se abran las fuentes.

Que caigan las compuertas.

Que tu luz quirúrgica deje ciego y bruto

al niño holandés del dique.

Prometo beber menos

y escribir más

en proporción de tres a uno".

Y no se promete en vano

con los semáforos en verde

camino a la sala de diálisis.

O mucho peor aun,

con la vejiga volando

a cien millas por hora

contra la caja de bateo

de Mickey Mantle.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La foto en la que me dabas la espalda
Alfredo Trejos


El poema es el presente, que no puedes definir. Lo vives.
Cualquier cosa es un poema, si lleva dentro el tiempo.
Henry Miller


Tus palabras fueron: “¿Murió Tomás?”. “Sí, hombre —respondí—. El Sábado Santo”. Y te entristeciste. Y poco después te levantaste a leer poesía como estaba pactado. Para mi suerte, esa noche como muchas otras, yo leía con vos. Años atrás, como decir noches atrás, vos, Tomás y yo nos juntamos en el bar Las Brisas, en la Cartago que tanto te costó aprender a odiar, y reíamos. Al menos quisiera recordarte así. Eternamente endeudado con la alegría. ¡Alegría, alegría!, gritabas con toda la razón. Ahora, vos tampoco estás y cualquier cosa sirve de bandera para el país de los muertos.

Felipe Granados (1976-2009), quien como él mismo decía “escribía y ya”, ha dejado una ausencia inaudita en la literatura costarricense, por no decir en mi vida y en las vidas de todos los que lo conocieron bien. Y, debo decirlo, si era fácil conocerlo bien, no lo era tanto comprenderlo bien. Felipe se aprendía como un idioma. Fue un hombre que poco a poco se convirtió en palabras. Con él se llevó palabras como Amor, como error, como defecto.

Incansable lector, esmerado articulista, amoroso padre, y sobre todo irrepetible poeta, consumió cuanto delirio le vino en gana. Por leer poesía durmió en los cañaverales de San Carlos rodeado de terciopelos. Por escribir poesía dejó todo menos la certeza de sus hijos. Por cargar libros lo llamaron predicador y cosas peores. Revisando sus fotos doy con una en la que estamos en la entrada del Instituto México –al menos yo con evidente resaca- y una mujer de alcurnia y ya mayor nos atisba, maternalmente apenada. “¡Pobres!” parece decirse. Pero no era así. La verdad éramos felices y con eso bastaba. Basta hoy, aunque en ocasiones ser feliz sea una ligereza y hasta una desconsideración.

En 2005 presenta el que sería el único libro que publicaría en vida. Soundtrack, de Ediciones Perro Azul y auspiciado por el Ministerio de Asuntos Exteriores francés y por la Embajada de Francia en Costa Rica, es un poemario breve, honesto y pacientemente abarcador. Felipe era un poeta formado en la observación de la vida como un cúmulo de fragmentos con los que a menudo no sabemos qué hacer (muchos de ellos con letra y con música y sobra decir que con historia).
Un poeta que podía escribir de la forma más directa y más limpia, precisando la referencia, ahorrándose los cascarones. Felipe sabía del caos y lo describía con toda sinceridad, preservando los horrores, quedándose con las cosas buenas. Junto a Martínez Rivas decía casi indignado: “no me pidan una obra maestra”. Había que pedirle entonces poemas todavía mejores, por sencillos, legibles, inmediatos, firmes en la búsqueda pero no en los compromisos.

Cuando hace 10 ó 12 años supo de Charles Bukowski por un artículo del Semanario Universidad, vociferó: “Seguro es sólo otro alemán que escribe”. Casi tenía razón. Luego, él y Buk se llevarían mucho mejor. Sin en el lugar en el que ambos están ahora hay algo parecido al Hipódromo de Santa Anita allí apuestan juntos y ganan. Cuando llegaban las navidades le gustaba apagar las luces del árbol de las ruinas de la iglesia de Santiago Apóstol. De un tiempo a esta parte, el interruptor luce un candado del tamaño de un gran puño. Una vez tuvo dinero y me regaló la obra completa de Oliverio Girondo, de la Colección Archivos. Ya no la tengo. La vendí toda menos la dedicatoria que escribió con su inconfundible letra y que conservo en alguna parte. Cuando compartíamos el walkman para escuchar una arenosa copia del Dark Side of the Moon aprendimos que bajo ciertas condiciones la noche llega primero a los autobuses que a las casas. Cuando evaluábamos el plan de volar el horrible “obelisco” que está frente a la municipalidad de Cartago lo hallamos una y otra vez impracticable; y lo fue más cuando alguien sugirió que debíamos incluir en dicho plan una noche oscura y una vaca…

El día de su entierro una amiga me dijo: “¡Cuánta gente! Vinieron todos” Se refería a los poetas amigos, a muchos amigos. Hasta los más declarados cartagofóbicos llegaron a despedirlo. “Sí, — respondí—. Lo raro es que la policía no aproveche para hacer una redada”. Nos reímos y estaba bien. Desde esa tarde Felipe está en un lugar seguro y bueno como la risa.

jueves, 2 de julio de 2009

Poema de Alfredo Trejos























Epitafio



a Melvyn Aguilar y Joseph Beuys. Ambos saben por qué



No hay tiempo que perder
El buque tiene los días contados

Huidobro. Altazor, Canto IV.


Si la poesía te pasa muy seguido
entonces no es para siempre.

Nadie vive tanto
de esta forma.

Tal vez sólo unos años más
(yo ya llevo diez o doce
y padezco de lo usual
menos un par de cólicos
y de crisis paranoides).

Tal vez algunos años más
en el bando de los cavernícolas,
firmando talones de mujer,
llevando nota siempre,
apuntando todo siempre...

Debo armarme de salud
todos los días.

Levantarme el corazón
a todas horas
como si fuera una tienda
en el desierto.

Y por las noches, esto de llevarme
a casa, invariablemente ciego,
a pie, con mucha suerte en taxi,
se me hace demasiado.

No puede ser
que aún sepa vestirme
tal como lo hace un juez,
un heredero.

Sobre la camisa, va la chaqueta
y sobre todo el sobretodo.

Que aún tenga orden
y modales,
que aún no haya pedido
un ridículo ataúd cubierto
con la bandera de California,
que soporte no decir ya
lo que un poeta a estas alturas debe,
es el milagro.

Es de lo que hablaba
cuando dije:nadie vive tanto
de esta forma.

Y menos yo,
que en verdad lo quise.

A proposito de un Poema del Flaco Trejos

PROCEDIMIENTO CHAMÁNICO

Al poeta Corrales

Pulsación, golpe, impulso,
de ningún modo sazón,
nunca estado.

Mejor, siempre desplazándome
entre bosque y hospitales,
siempre en el camino de sendos paralelos.

Sin requerir viejos diablos
para hacerme un siempre joven
ni dios alguno
para dejar de ser sabio.

He regresado al trillo
de los siempre perseguidos
al reino de los héroes
que retornan de su huerto

Transito, (no acontezco)
por el volumen mediano de todos los espacios,
sin galgas, permanencias, ni púlpitos
de esa forma evado
el estado estacionario
de los ghettos.

Una vez pasé por una ciudad populosa
—Sobre la poesía de Melvyn Aguilar—

Alfredo Trejos Ortiz
Una vez pasé por una ciudad populosa e im-primí en mi cerebro, para uso futuro, susespectáculos, arquitectura, costumbres, tradi-ciones…
Walt Whitman

Sólo el avistamiento de extraños autos negros o de sospechosas mujeres-pájaro haría más interesante a la ciudad que la poesía de Melvyn Aguilar. Esa ciudad coronada por inmensas torres magnéticas, doblada en esquinas que recuerdan grandes barcos y grandes carencias. Su poesía pasa al ras sobre el asfalto, rugoso y negro, escenario de nuestras incontables estrecheces , de nuestra plebeyez —lúcida y honrada plebeyez— y deja un acabado insólito: construye una pista de baile de lo que antes fue un simple “tropezadero”.

En casi todos sus poemas hay una transparencia atribuible a una sólida lealtad al decir las cosas desde su cruel inmediatez. Si es la soledad es entonces la soledad que con pocas palabras comprendemos y que por aún menos motivos adoramos o detestamos. Si es el dolor es entonces el dolor más seco y más terroso, guardado en latitas etiquetadas en una alacena pobre y caduca. Si es el hastío es entonces el contagioso hastío del que acarrea frutas bajo nubes de tormenta. Todo siempre delante de una de esas viejas cámaras Panaflex que confiere a las imágenes su pátina como de cera.

Hay así mismo en la poesía de Melvyn una sencilla erudición que al consultar otras lenguas y al convocar los ancestrales mitos y rituales griegos, latinos y mesoamericanos sometiéndolos a la observación de una cotidianidad en ruinas (la de San José, bulliciosa y desangelada, la de Ortega de Santa Cruz, rupestre y lentísima) levanta una lista de desasosiegos comunes a todos, inaugurados hace tanto, tanto tiempo…

Poemas para permanecer envilecido y airado ante inmundo cuya alma desde hace mucho es un huésped más en los infiernos. Poemas para detonar los diminutos riscos que amenazan con desplomarse dentro de la idea que tenemos del corazón. Poemas que dan la impresión de haber sido escritos con cien años de diferencia entre uno y otro dada la independencia y la dispersión, diría quizá hasta la orfandad que los caracteriza pues son textos que se quedan solos y que solos combaten. Melvyn Aguilar advierte en ellos el color que disfraza las cosas, se embroma con la rutina y la marginalidad. Presiente y da la alerta.

Video de Alfredo Trejos