miércoles, 30 de septiembre de 2009

La foto en la que me dabas la espalda
Alfredo Trejos


El poema es el presente, que no puedes definir. Lo vives.
Cualquier cosa es un poema, si lleva dentro el tiempo.
Henry Miller


Tus palabras fueron: “¿Murió Tomás?”. “Sí, hombre —respondí—. El Sábado Santo”. Y te entristeciste. Y poco después te levantaste a leer poesía como estaba pactado. Para mi suerte, esa noche como muchas otras, yo leía con vos. Años atrás, como decir noches atrás, vos, Tomás y yo nos juntamos en el bar Las Brisas, en la Cartago que tanto te costó aprender a odiar, y reíamos. Al menos quisiera recordarte así. Eternamente endeudado con la alegría. ¡Alegría, alegría!, gritabas con toda la razón. Ahora, vos tampoco estás y cualquier cosa sirve de bandera para el país de los muertos.

Felipe Granados (1976-2009), quien como él mismo decía “escribía y ya”, ha dejado una ausencia inaudita en la literatura costarricense, por no decir en mi vida y en las vidas de todos los que lo conocieron bien. Y, debo decirlo, si era fácil conocerlo bien, no lo era tanto comprenderlo bien. Felipe se aprendía como un idioma. Fue un hombre que poco a poco se convirtió en palabras. Con él se llevó palabras como Amor, como error, como defecto.

Incansable lector, esmerado articulista, amoroso padre, y sobre todo irrepetible poeta, consumió cuanto delirio le vino en gana. Por leer poesía durmió en los cañaverales de San Carlos rodeado de terciopelos. Por escribir poesía dejó todo menos la certeza de sus hijos. Por cargar libros lo llamaron predicador y cosas peores. Revisando sus fotos doy con una en la que estamos en la entrada del Instituto México –al menos yo con evidente resaca- y una mujer de alcurnia y ya mayor nos atisba, maternalmente apenada. “¡Pobres!” parece decirse. Pero no era así. La verdad éramos felices y con eso bastaba. Basta hoy, aunque en ocasiones ser feliz sea una ligereza y hasta una desconsideración.

En 2005 presenta el que sería el único libro que publicaría en vida. Soundtrack, de Ediciones Perro Azul y auspiciado por el Ministerio de Asuntos Exteriores francés y por la Embajada de Francia en Costa Rica, es un poemario breve, honesto y pacientemente abarcador. Felipe era un poeta formado en la observación de la vida como un cúmulo de fragmentos con los que a menudo no sabemos qué hacer (muchos de ellos con letra y con música y sobra decir que con historia).
Un poeta que podía escribir de la forma más directa y más limpia, precisando la referencia, ahorrándose los cascarones. Felipe sabía del caos y lo describía con toda sinceridad, preservando los horrores, quedándose con las cosas buenas. Junto a Martínez Rivas decía casi indignado: “no me pidan una obra maestra”. Había que pedirle entonces poemas todavía mejores, por sencillos, legibles, inmediatos, firmes en la búsqueda pero no en los compromisos.

Cuando hace 10 ó 12 años supo de Charles Bukowski por un artículo del Semanario Universidad, vociferó: “Seguro es sólo otro alemán que escribe”. Casi tenía razón. Luego, él y Buk se llevarían mucho mejor. Sin en el lugar en el que ambos están ahora hay algo parecido al Hipódromo de Santa Anita allí apuestan juntos y ganan. Cuando llegaban las navidades le gustaba apagar las luces del árbol de las ruinas de la iglesia de Santiago Apóstol. De un tiempo a esta parte, el interruptor luce un candado del tamaño de un gran puño. Una vez tuvo dinero y me regaló la obra completa de Oliverio Girondo, de la Colección Archivos. Ya no la tengo. La vendí toda menos la dedicatoria que escribió con su inconfundible letra y que conservo en alguna parte. Cuando compartíamos el walkman para escuchar una arenosa copia del Dark Side of the Moon aprendimos que bajo ciertas condiciones la noche llega primero a los autobuses que a las casas. Cuando evaluábamos el plan de volar el horrible “obelisco” que está frente a la municipalidad de Cartago lo hallamos una y otra vez impracticable; y lo fue más cuando alguien sugirió que debíamos incluir en dicho plan una noche oscura y una vaca…

El día de su entierro una amiga me dijo: “¡Cuánta gente! Vinieron todos” Se refería a los poetas amigos, a muchos amigos. Hasta los más declarados cartagofóbicos llegaron a despedirlo. “Sí, — respondí—. Lo raro es que la policía no aproveche para hacer una redada”. Nos reímos y estaba bien. Desde esa tarde Felipe está en un lugar seguro y bueno como la risa.

2 comentarios:

  1. "cualquier cosa sirve de bandera para el país de los muertos"...

    bello texto

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  2. Habría que dinamitar el obelisco. Gracias Alfredo, hermoso texto.

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