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jueves, 2 de septiembre de 2010

Dos textos de Reynaldo García Blanco.


Aplausos
(Sordina para Dino Campana)

Estoy bajo los sauces de siempre. El humo dilecta
y escancia y me hago como el que nada sabe.
Pliego mis brazos para descansar en una sombra
y me aterran los gusanillos que merodean mis
zapatos. Estoy bajo los sauces de siempre donde
no hay la arena suficiente para dibujar tus pechos.
Otros quienes bajan cantando de la parte alta de
la ciudad. Yo los oigo ¡Evohé, Evohé, Evohé! No
puedo con tanta elegancia, con tanto fragor
repartido entre las piedras y el resol. Estoy donde
siempre. Desde aquí veo pasar la orfandad, un toro
hecho de silencios, una caravana de hombres
rumbo al desierto o lo innombrable. Estoy bajo
los sauces y digo adiós como un soldado
desconocido, como un apatrida del agua que ya
no convoca a sus aliados.
¡Evohé, Evohé, Evohé! Sigo escuchando a los que
buscan el desierto y caen rendidos como estatuas.
Yo los veo. Yo los oigo. Yo los aplaudo.


La soledad de los poetas de fondo

Tocan a la puerta, Lord Byron
baja al jardín
y muere

Y así sucesivamente
unos tras otro
nos hemos quedado sin poetas

Cero jardines
acaso una puerta
amachambrada por demás
a la que tocan y me dispongo a abrir

Ruego que sea el cartero
el cobrador de aguas
La sibila de diciembre
Lord Byron
no sé.

Textos tomados del poemario "Campos de Belleza Armada" del poeta cubano Reynaldo García Blanco
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Desde el Callejón del Gato

domingo, 15 de agosto de 2010

El Degollador de Pukará


El Degollador de Pukará


Si

yo soy el degollador de Pukará aquel que

-Uds.-

a escondidas temen

llevo en mi pecho

cercenado

el tótem de la extirpe

enamorada

y en mi brazo anudado

de misterio

el puñal promuntorio

del olvido

he venido

hasta aqui

pirámide trunca y

escalonada

tu cuerpo

a ascender en tu mítico pórtico

aliento

A subir

los peldaños incólumes

de tus senos

y en tu altar

donde late en enigma

tu sexo

cremar el pasado matarlo en cenizas.

Al fin y al cabo

nada quedará

ni el ritual de tus ojos

consumiendo el recuerdo

ni el silencio cómplice

ocultando el dolor


nada


sólo el vacío

vasto e inmemorial

de tus míticos cabellos

alentando insistente

a la memoria

de tus pasos milenarios

pequeño hombre

de huaca prieta

a pesar de tu

búsqueda

desesperada

en las playas desoladas

del olvido

de la voz intemporal

de los silencios

TU VOZ

Del Follero titulado “Deliriom Tremens” Del poeta Peruano Leo Zelada ( Lima 1970)

jueves, 29 de julio de 2010

Tres textos de Alexander Zanches


Del hombre y el valor de la palabra

que da cuando se compromete

se dice que es íntegro (o íntegra)

porque integra al hombre a su comunidad

y lo redime de la vergüenza

de pasar en silencio en medio

de la asamblea de su gente.

*

KUNG FU

En las artes del movimiento

el bastón enseña a saber

que es mala onda

convertir las herramientas

en armas.

*

Es necio

quien

con una lámpara en la mano

camina en sombras.


Desde el Callejón del Gato

miércoles, 7 de abril de 2010

Poema "Eunice Odio" CMR



Eunice Odio

Y añadió: -No podrás ver mi faz pues
el hombre no puede verme y vivir.

Exodo, XXXIII, 20
Una visión legendaria, un elevado discurrir, un pensamiento,
-tal a Avila sus murallas y su gorjeante azul-
la rodeaban defendiéndola
de lo que, extranjero y hostil, podía herir.
Estoy hablando de tu frente.

A los lados están, asomando
como las alas de dos ángeles sumidos por un costado en el muro,
las dos orejas pálidas, acústicas,
precipitándose en el remolino del oído
hasta el fondo. Al estanque del tímpano
en donde se reflejan
el trino del ave, la nota del violín, el soneto.

Y sobre la pulida nariz que suele hundirse
nave en el oleaje de la rosa, buscando
una exacta respuesta de olor a su pregunta,
se encienden los dos ojos, desde la telaraña
redonda, minuciosa y azul del iris.

Y luego, del lecho fresco de los labios, donde tu juventud
parecía haberse tendido ya a sólo madurar,
de golpe, como el agua en los valles,
todo se lanza hacia los hombros y los senos...
Después de todo es quietud y desnudez sin fin.
(Sólo en el vientre, el vello.
Creciendo allí tal vez por la misma
secreta razón -aun sólo sabida por él- del musgo.)

Muchacha! tú estás sentada sobre la tierra. Miras.
Como lebreles tus largas manos posas:
seres armados, guardan la puerta de tu cuerpo.
Las dos perreras a la entrada del jardín.

He tratado de decir cómo eres;
de ponerte de nuevo delante de mí
oh muchacha desnuda! forma! perfección!
Porque aunque a menudo te vimos,
apenas nos percatamos de ti.
Hablamos mucho de tu gracia porque eso distraía
pero ¡qué poco sospechamos bajo el cariño de la piel
y entre el ir y venir de tu sangre atareada!

Creímos que eras bella solamente para ser
lecho oscuro del sol o chispa de la atmósfera
y no advertimos cómo sobrellevabas
ese penoso y duro oficio de las cosas bellas
que, tras de su dorada corteza luchan para
salvar al hombre de la Divinidad en bruto.

Porque tras de esa membrana, de esa ala de cigarra,
está escondido, tirante, alerta, lo otro. Detenido
de pronto en su exceso cuando todo iba a estallar.

Un poco más y el compromiso se habría establecido.
Un poco más y habría sobrevenido eso.
De lo que nadie osa hablar.

Pero de ello, si unos pocos tuvieron noticia es mucho.
Porque tú corriste a ponerte disimuladamente en la puerta,
y entonces ya no te vimos sino a ti, Antifaz!
con un pétalo soportando el golpe del ariete sagrado,
con un dedo menudo y perfecto evitándonos
en un diálogo el mayor de los riesgos.

Tú bisel, bisagra, ángulo, eres,
allí el nudo ciego de la lid, del combate
entre lo que intenta revelarse, obtener,
y lo que trata de poner al hombre al amparo
de lo que no podría soportar.

Por eso, para hablar de tu cabello, quise
resistir hasta ahora. Para decir
que está detrás de ti como un árbol
y como un árbol mucho follaje y sombra esparce.

Para ocultarnos lo que nos haría enrojecer y temblar:
el ajetreo de los ángeles, las poleas de lo monumental,
y al Dios mismo en plena tarea, con las dos
media-lunas de sudor alrededor de las axilas.

A veces a ti misma te esquivamos.
Tratamos de cubrirte con palabras
y adjetivos espléndidos, por temor
a ver entre tus pliegues algo de lo desconocido

pues ¿qué enorme compromiso no traería
haberlo visto aunque fuera una sola vez? Por temor
a conocerte demasiado, de llegar
a ser demasiado de ti y entrar en relación
con lo que ¿quién nos dice cuánto no sería capaz de exigir?

Pero tú entretanto, así,
como una estrella dentro de su armadura,
sonriendo
pones a todo esto un nombre
animador y andadero: belleza.
Y haces que de esta lucha, de esta
cuerda tensa
no brote ni oigamos los cercanos, nada,
nada, sino esa nota pura a la que el corazón
en medio de su afán y su gemir pueda un momento
asirse.

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Diciembre, 1945 -España

Carlos Martínez Rivas
1924-1998

Video de CMR.

Poema “El Lector”, Panegírico a Don Salomón de la Selva Et In Memoriam



domingo, 14 de marzo de 2010

Tríptico, hombre y toro


Tríptico, hombre y toro

I

El pañuelo rompe el aire como difunto conmovido o cuchillo, y anuda su miedo; la muerte y la duda, el hombre que cabalga sobre el lomo movedizo de la bestia encandilada y la baba azufrada del asedio: bramazón, la fuerza dominada por el montado, su risa trágica, el viento hediondo a guaro (como púa y el valor que aguijonea el griterío); cuerno que horada los asombros con fantasmas. Se levanta de la tierra una pestilencia, cascos y orines; la hombría y el orgullo ruedan vencidos. El suelo asedia las patas y pezuñas, busca el honor del monta-toros. El hombre derribado se retuerce, rota la quijada por la impotencia y la cornada victoriosa del astado.

II

Hay fiesta y dios mundano para todos, el pueblo gime ensombrecido; convoca su redondel, el jolgorio universal y la muerte. Van a la lucha del toro y el hombre (enemigos del pavor); sienten el rostro del miedo cegado por la barra angustiada. La paz del corazón y el temor para que termine carnal la pasión, con música, ovaciones cuando concluye el duelo. La espuela hiere con fuego el costado del semental, las manos rompen paisajes en el vacío, o controlan la soberbia carnosa del astado. Las piernas, las amarras temblorosas y costillas del cuadrúpedo giran, se sacuden; saben de testículos que juegan; conocen en ambos la muerte del minotauro, y llega al final la vergüenza que asola.

III

Al hombre y el toro no los desata la sangre; respiran aires enemigos y lúdicos; huelen su derrota en las espuelas; o pasan el tiempo temiendo la victoria. Enfrentan antiguos recuerdos, los acosa el insomnio; tocan la luz de sus ojos. Un bramadero y el grito hediondo a muerte-quirina es redondel del hombre y la mujer impávidos hasta que triunfa la muerte. La consorte del astado espera como alba antes que canten los gallos. La mujer del montador reza antes que enluten su puerta. El silencio abruma al torero, quien ama los duelos; y no amanece su destino si no está oyendo bramidos o amarra la soga a las puertas de su infierno.