viernes, 22 de octubre de 2010



Por lo general lo que se levanta en esta ratonera es poesía, pero, ¿cómo no recordar al Narrador y también poeta Marco Retana? Samadí (Sama) su hija nos lo trajo a la memoria días atrás y bueno, esto provoco que mi padre, un buen amigo suyo, viajara en el tiempo y se diera un paseo por viejos lugares del San José de los 70S. Empezó diciendo ¡Marco, de Guadarrama a el Bar Roma! Centro de reuniones obligatorio para charlar con los amigos: Walter Feeld o Azurdia y “Los violines que cantan” Hugo días, el doctor Ledesma o con Chalo Morales hijo, para luego darnos la vuelta al Bar de Tonny o a la nueva Lyra.

Y bueno se me antoja subir un cuentito de su primer libro que me parece alucinante.

Salud.


EL MANICOMIO DE LOS NIÑOS DIOSES

Lo que más me impresionó fue un cuadro en el que había un niño negro, que abrazaba a un niño verde, al borde de un abismo. Muchas sombras verdes y negras le daban al cuadro algo como de terror, que yo nunca había sentido. Después supe que aquello era surrealismo, o suprarrealismo, pero lo que a mí me extrañó fue que yo vivía muy a menudo esos mundos raros del niño verde y el niño negro. Cerca de este cuadro, había otros de mis amigos: Rafa, Morales, Barboza; pero todos se di fu minaban en grises verdes, y hasta la vista era una paleta de verde oscuro. Solo se distinguían bien, un cuadro de Rafa en el que había unos niños desnudos con el ombligo colgado, y el cuadro de los dos niños al borde del abismo.

Una barraca rectangular tenía sobre su piso miles de ca¬mas, que eran las camas de los niños dioses, porque yo estaba en la morada de los niños dioses ¿ Los conoces madre? Te digo que los vi, aunque me dolía la cabeza y todo me daba vueltas, como cuando me llevabas a los caballitos y yo salía vomitando pero contento, y me volvía a montar en el caballi¬to verde, ¿lo recuerdas? Nunca más volvimos al tiovivo...

Allí, en la morada, yo era un niño también. Y, ¿sabes a qué jugaba? No me reprendas; jugaba con un hilo que, amarrado al dedo meñique, me llevaba por los aires. Desde lo alto podía ver las hormigas en sus trabajos y en sus guerras. Porque las veía matarse. Yo no me explico por qué, pero te juro que se mataban. Era doloroso. Lloré.

La altura me daba vómitos, pero yo era feliz, como en los caballitos. A ratos sentía deseos de transformarme en hormiga, e ir con ellas a sus guerras. Te aseguro que sentía deseos de matar. No encuentro la razón de mis deseos. Pero no miento. Luego veía las pinturas de Rafa. De allí salían tos ombligos de los niños que se amarraban entre sí. Solo a mí no me amarraban porque andaba por los aires. Más tarde me dieron una cama, a la par de la cama de un niño al que llamaban Poeta. Poeta tenía unas hojas de níspero en la cabeza, que él decía eran de laurel, cortadas por Hornero al cabo de su vejez. Pero las hojas se secaban, y Poeta lloraba.

Un día me dijo:

—"Poeta está loco. Se hizo un hueco en el pecho para encontrar el alma, y no la halló".

Lo escuché en silencio. De pronto me daba cuenta de que yo tampoco sabía si tenía alma. Poeta continuó:

—"Tú tienes mi alma. Dámela, o Poeta te maldecirá".

Yo busqué por todas partes el alma de poeta, pero no logré encontrarla. Y me puse a llorar como un niño, hasta que recordé que era un niño, y podía llorar. Poeta se alejó, maldiciéndome.

A la mañana siguiente desperté de un tirón que le dieron a mi ombligo. Todos los niños estaban alrededor de mi cama, y gritaban: "-Dale el alma a Poeta, ladrón; ¡tú le robaste el alma! ".

Yo les contestaba que no, que jamás había visto nada parecido, que ni siquiera conocía el color de alguna alma, que por favor, no me maltrataran; que era inocente. Entonces el niño negro del cuadro, bajó y me dijo:

—"No les hagas caso. ¿No ves que todos tienen el pecho hueco? Nunca han tenido alaria, porque la perdieron mucho antes de nacer. Ni Dios sabe dónde está. Pero la busca, ¡y la hallará! ¡Estoy seguro!

Como los niños seguían tirando de mi ombligo, yo te llamaba, madre, pero tú no venías.

El niño negro me dijo de nuevo:

—"Ven conmigo a mi morada. Allí nadie te molestará".

Quise llorar, pero él no me dejó. —No seas estúpido— me dijo, no llores de lo que no eres culpable; tú tampoco tienes alma.

De veras había un hueco en mi pecho, y, ¡estaba vacío!

El niño me llevó hasta su hogar del cuadro verdinegro Nos posamos en la cima del monte desde donde se veía la ciudad. Un silencio oscuro se extendía por todos lados. Solo el horizonte se iluminaba con una luz roja. —Son las bom¬bas— me dijo el niño negro, y no hizo ningún comentario. Más tarde me dijo:

—Este mundo.es solo nuestro. Solo los que sabemos que no tenemos alma y no nos desesperamos, podemos vivir en él. Aquí estarás tranquilo, porque es el mundo del silencio y de la nada.

Yo te llamaba, madre, y no venías. Te llamé muchos siglos, pero nunca llegaste. Entonces decidí quedarme para siempre. Yo soy el niño verde.

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Marco Retana, Costa Rica ,San José ,Desamparados, Guadarrama. Poeta y cuentista. Publico en cuento: El Manicomio de los niños dioses, 1973, La noche de loa amadores, I edición 1975 II edición 1981, De orantes y semejantes 1982, y en poesía La chocola 1980.

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Desde el Callejón del Gato

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