jueves, 26 de agosto de 2010

26 de agosto/ Recordando a FelipeGranados / dos textos de / Alfredo Trejos y Melvyn Aguilar

Te recordamos "Feli"

La foto en la que me dabas la espalda
-Alfredo Trejos-

El poema es el presente, que no puedes definir. Lo vives.
Cualquier cosa es un poema, si lleva dentro el tiempo.
Henry Miller


Tus palabras fueron: “¿Murió Tomás?”. “Sí, hombre —respondí—. El Sábado Santo”. Y te entristeciste. Y poco después te levantaste a leer poesía como estaba pactado. Para mi suerte, esa noche como muchas otras, yo leía con vos. Años atrás, como decir noches atrás, vos, Tomás y yo nos juntamos en el bar Las Brisas, en la Cartago que tanto te costó aprender a odiar, y reíamos. Al menos quisiera recordarte así. Eternamente endeudado con la alegría. ¡Alegría, alegría!, gritabas con toda la razón. Ahora, vos tampoco estás y cualquier cosa sirve de bandera para el país de los muertos.

Felipe Granados (1976-2009), quien como él mismo decía “escribía y ya”, ha dejado una ausencia inaudita en la literatura costarricense, por no decir en mi vida y en las vidas de todos los que lo conocieron bien. Y, debo decirlo, si era fácil conocerlo bien, no lo era tanto comprenderlo bien. Felipe se aprendía como un idioma. Fue un hombre que poco a poco se convirtió en palabras. Con él se llevó palabras como Amor, como error, como defecto.

Incansable lector, esmerado articulista, amoroso padre, y sobre todo irrepetible poeta, consumió cuanto delirio le vino en gana. Por leer poesía durmió en los cañaverales de San Carlos rodeado de terciopelos. Por escribir poesía dejó todo menos la certeza de sus hijos.

Por cargar libros lo llamaron predicador y cosas peores. Revisando sus fotos doy con una en la que estamos en la entrada del Instituto México –al menos yo con evidente resaca- y una mujer de alcurnia y ya mayor nos atisba, maternalmente apenada. “¡Pobres!” parece decirse. Pero no era así. La verdad éramos felices y con eso bastaba. Basta hoy, aunque en ocasiones ser feliz sea una ligereza y hasta una desconsideración.

En 2005 presenta el que sería el único libro que publicaría en vida. Soundtrack, de Ediciones Perro Azul y auspiciado por el Ministerio de Asuntos Exteriores francés y por la Embajada de Francia en Costa Rica, es un poemario breve, honesto y pacientemente abarcador. Felipe era un poeta formado en la observación de la vida como un cúmulo de fragmentos con los que a menudo no sabemos qué hacer (muchos de ellos con letra y con música y sobra decir que con historia).

Un poeta que podía escribir de la forma más directa y más limpia, precisando la referencia, ahorrándose los cascarones. Felipe sabía del caos y lo describía con toda sinceridad, preservando los horrores, quedándose con las cosas buenas. Junto a Martínez Rivas decía casi indignado: “no me pidan una obra maestra”. Había que pedirle entonces poemas todavía mejores, por sencillos, legibles, inmediatos, firmes en la búsqueda pero no en los compromisos.

Cuando hace 10 ó 12 años supo de Charles Bukowski por un artículo del Semanario Universidad, vociferó: “Seguro es sólo otro alemán que escribe”. Casi tenía razón. Luego, él y Buk se llevarían mucho mejor. Sin en el lugar en el que ambos están ahora hay algo parecido al Hipódromo de Santa Anita allí apuestan juntos y ganan. Cuando llegaban las navidades le gustaba apagar las luces del árbol de las ruinas de la iglesia de Santiago Apóstol. De un tiempo a esta parte, el interruptor luce un candado del tamaño de un gran puño.

Una vez tuvo dinero y me regaló la obra completa de Oliverio Girondo, de la Colección Archivos. Ya no la tengo. La vendí toda menos la dedicatoria que escribió con su inconfundible letra y que conservo en alguna parte. Cuando compartíamos el walkman para escuchar una arenosa copia del Dark Side of the Moon aprendimos que bajo ciertas condiciones la noche llega primero a los autobuses que a las casas. Cuando evaluábamos el plan de volar el horrible “obelisco” que está frente a la municipalidad de Cartago lo hallamos una y otra vez impracticable; y lo fue más cuando alguien sugirió que debíamos incluir en dicho plan una noche oscura y una vaca…

El día de su entierro una amiga me dijo: “¡Cuánta gente! Vinieron todos” Se refería a los poetas amigos, a muchos amigos. Hasta los más declarados cartagofóbicos llegaron a despedirlo. “Sí, — respondí—. Lo raro es que la policía no aproveche para hacer una redada”. Nos reímos y estaba bien. Desde esa tarde Felipe está en un lugar seguro y bueno como la risa.

Minino y el puff color caca de gato
-Melvyn Aguilar-

“Tengo que acercarlo, tengo que acercarlo,
no me importa la cabeza, el corazón es mi meta”.
Santiago

Aquella mañana fue de fútbol -poetas contra filósofos-, todos jugamos un dieciseisavo de tiempo, menos vos, todos perdimos, menos vos.

Entrada la tarde ya te acusaban de ir a una fiesta sin invitación, de frotarle la calva a un famoso de las tablas como si se tratara de la cacha de madera pulida de un Wester Winch 30-30. Te acusaban de inundar la casa de un “amigo”, como distracción para “secuestrar” una antología de poesía editada en dos majestuosos y obesos tomos, de esos que solo se alcanzan con el presupuesto de los flamantes profesores universitarios o escritores laureados.

Cercana la noche llegabas en automóvil al Raccó del Ratolí con seis latas de PILSEN en un bolso militarmente roído y del brazo de una estupenda morena de anteojos. Recuerdo la fecha, pero no tiene importancia, recuerdo el nombre de la dama, pero no tiene importancia, recuerdo la acostumbrada carencia de comestibles y sobriedad, pero no tiene importancia.

Lo significativo fue tu encuentro con “Pedro y Pablo”, trascendente, porque nos parecía inaceptable, en aquel momento, que el Minino, como le llamara de cariño Carlos, no conociera a un par de trasnochados argentinos. Trascendente, porque fue amor a primera vista, trascendente, por el ruinoso estado en el que terminó mi toca cintas -sonny 2500 zwt-, asunto que hoy no lamento en absoluto ante la inaudita precisión del epígrafe de la segunda parte de soundtrack “Under the bridge” -es curioso como el maltratar a un artefacto con la inquina de un torturador puede a la larga convertirse en el preludio de una colección de estupendos poemas- Trascendente, porque era la primera vez que el Minino iba a la ratonera. Recuerdo que ella -la morena de anteojos- lo amaba, como se ama a una colección de insectos tropicales, con un afecto-pasión similar al morbo con que se aprecia aquello que hay que preservar tras el cristal.

A cada nada le acomodaba el cuello de la camisa, lo acariciaba con cierta delicadeza taxonómica y le clavaba una mirada como de asombro, pero tierna, mientras él, poco a poco perdía la conciencia y se enroscaba en el puff color caca de gato que ocupaba un pequeño espacio bajo las gradas.

Por gloriosos 35 minutos Felipe durmió la borrachera y aquello fue dulce como el Intermezzo de Cavalleria Rusticana de Mascagni.

Cuatro horas habíamos gastado de aquella tarde y no se habló de nada; cinco años, diez años transcurrieron y no se habló de nada, cabalmente de nada, quizás porque la interlocución que encontró en la ratonera no afinaba con sus inquietudes, con sus tempestades personales: Si en el puff azul - que estaba junto al puff color caca de gato- se sentaba Bottelier, él invitaba a Miller; si aparecía Lautréamont o Rimbaud, él prefería a Girondo, Pessoa o Sabines; si el asunto era la Julita Cortéz, él decía “¡mierda!” y de inmediato requería a Jaramillo; si el programa era Joe Cooker o Nash and Young lo de él era Annie Lennox; si los Jaivas salían a la luz entonces él nombraba a Goyeneche.

Nuestro único territorio común fue Violencia de los Hicsos, la gastronomía de lo imposible, los campos magnéticos de Bretón, uno que otro debate sobre el cinismo como categoría política, la dialéctica de la soledad y la compañía de “Lord K de Jos” y por supuesto una indiscutible afinidad por la grandeza autodidacta de José Alfredo Jiménez, aquel mexicanito que sin saber leer música llegó a componer piezas como La que se fue, Juan Charrasqueado, Ella, El jinete y Paloma Querida. De alguna manera le gustaba creer que algo de eso lo asistía, que silbando tan solo, que tarareando tan solo, era posible; eso era lo que imponía la vida y al diablo con la presunción y la rígida petulancia de las poses académicas, esa no era la búsqueda, sino el chiflo, el canturreo, lo que de bueno y de malo dejaba el áspero cotidiano de los mercados, lo que se juega el alma y el hígado tragando mucho texto a la luz de los espacios abiertos, rifándose el pellejo, diciendo mucho en voz alta y nunca callando pese al ojo acusador de los señores de lo correcto, raspándose las manos contra el muro para salir del laberinto y punto.

Aquel día, al empezar la tarde, Felipe llegó a la ratonera, vio lo que quiso ver, se enamoró de lo que quiso amar y delimitó el espacio del que quiso apropiarse -el puff color caca de gato, que desde entonces sería por aquellos años su rincón preferido, seguramente por estar a un brazo de la biblioteca y a menos de un codo de la sonny 2500 zwt y el cenicero de bambú-.

Muchas veces más volvería al Raccó del Ratolí -algunas desde las profundas entrañas de un colosal cefalópodo de papel maché- para hacerse un café marca potenzonni, para fumarse un Rex y compartir un cacique con el flaco o para que Nabil García le cantara a Juan -aún en brazos de la Meche aquello de Rubén Goldín que rezaba “en los cuentos de hadas las brujas son malas y en los cuentos de brujas las hadas son feas” y a él Catalina Bahía, La marcha de la bronca o La jungla tropical.

El siempre volvía a su puff color caca de gato a enroscarse junto a Namá y Mefistófeles, a descansar sus navegaciones. Él mismo mordía el anzuelo, tensaba la cuerda y la llevaba lejos, allá donde los escualos merodean la sangre y las derrotas, pero él siempre volvía sobre su mismo hamo, cuerda, rastro, con su mitad-costado desecho, cercenado, pero con el corazón intacto, volvía siempre a enroscarse sobre su cama puff color caca de gato, volvía a morir un poco junto a sus viejos y sus niños, a soñar un poco con sus demonios y sus leones.

Él siempre regresaba, pero un día ya no tuvo que volver -y que bien así-, de seguro que toda la vida, la suya, la propia, le entró de golpe por los ojos dándole una cierta hilaridad a sus semillas y que bien así cuando todo lo resbaladizo, lo peligroso, lo punzante lo atravesó de lado a lado como un arpón benigno llevándose lo que de impugnación hubiese en sus yacimientos y que bien así cuando se le ponen sanguijuelas a la rabia y sangra el pasado perpetuo haciendo de la insipidez, el enervamiento y el delirio algo violentamente parecido a la ternura y que bien así cuando por un instante ya no tuvo que volver a ninguna parte, sino quedarse en todos lados con sus hijos instalados en la retina como una chispa y adivinar, en su propio rostro, algo muy semejante a una sonrisa.



Desde el Callejón del Gato

6 comentarios:

  1. Las pasiones de un hombre expresadas en unas letras de un poema, le sobrevivirán por siempre en las mentes de sus amigos y lectores...

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  2. ¡Qué vaina! Sabía que no debía escucharlo. Nudo en la garganta...abrazos, amigos.

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  3. Si hermano, pero hay alegría en su desenfadada forma de leer.

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  4. Que hermosa sorpresa ha sido visitar tu blog amigo Melvin...

    Tu proyecto de Puño y Letra está buenísimo!!!!

    Y muy sentido también este homenaje a la memoria del compañero Felipe

    Saludos!!!!

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