jueves, 17 de junio de 2010

Dos textos de Silvia Piranesi


Versiones del óxido

1

Mi ventana lo muerde como a un hielo óxido posado en el aire. No hay perdón para el mal calibre de pájaro. Hay un sistema oblicuo superponiendo hechos, acabándolos.

El cuervo se acaba, mis hechos lo aplastan, pierde los ojos, las plumas. No hay perdón para el mal calibre de pájaro.

2

Hay un sistema disponiendo de los hechos. Como la ruta que dispone de los trenes y no al revés. Dispone del campo traviesa, de los aguaceros. Dispone de mi ventana y de la velocidad torpe de kilómetros por hora. Mi ventana muerde a un cuervo como a un hielo óxido. Lo descompone, lo deja seco en la multitud de vapores férreos.

El cuervo se acaba, mis hechos lo aplastan, pierde los ojos, las plumas. No hay perdón para el mal calibre de pájaro, para todo lo que se ha perdido en el trayecto.

3

Existe un orden que altera, escribe y deshecha lo hecho, los eventos que cuando suceden se esfuman.

El orden de los horarios disponiendo de los trenes, del campo traviesa y los aguaceros. El orden disponiendo de mi ventana y también del cuervo que viene calculando la velocidad torpe de kilómetros por hora. Mi ventana muerde al cuervo como a un hielo óxido posado en el aire. Lo descompone, lo deja seco en la multitud de vapores férreos.

El cuervo se acaba, mis hechos lo aplastan, pierde los ojos, las plumas. No hay perdón para todo lo que se pierde, para este sistema oblicuo superponiendo hechos, acabándolos.


Asilo

Es matemáticamente imposible reubicar los muebles verdes de la sala común. Medir la cantidad de polvo y pelusa paseando en moléculas, estancando la espuma nebulosa. Es inevitable el estanque de peces o libros, arañas hilando obstinadas la vejez de sus respiros. No es paciencia vaga, es una mordida a la tarde única. La estadía en la piel, el humo, la vertiente cotidiana del engaño cuando no se puede volver. Las paredes cuadriculadas esbozando fórmulas, repitiendo tachones, balbuceos que se mueren en el lenguaje. El techo se come al suelo sostenido por brazos horizontales y postrados en sus camas sin pegar ojo. Temblaba el asilo, los pianos recitando una lista de familiares auscultados, desmayados frente al recordatorio de que no existe una mano huesuda que señale correctamente lo que nos deja. Las hojas del patio tampoco.

Desde el Callejón del Gato

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