Desde el Callejón del Gato
viernes, 27 de abril de 2012
Una doble mirada al libro Equilibrista
del olvido de Zingonia Zingone
Equilibrista del olvido o el
libro de la expiación
Presentación de Equilibrista del olvido de Zingonia
Zingone por Osvaldo Sauma
Para poder presentar este libro, no me quedó más
remedio que pedirle prestadas unas palabras al poeta Juan Gelman; no sólo
por el aserto y el acierto inobjetable que contienen, sino porque son
idóneas para la ocasión. De ahí el parafraseo.
“Este honor, esta alegría emocionada de presentar a
esta poeta, su obra, tropieza con tres muros infranqueables. En el primero
alguien ha escrito que la poesía habla por sí misma. En el segundo está escrito
que la poesía habla por sí misma. En el tercero, que la poesía de Olga Orozco
habla por sí misma. Entonces no la estoy presentando. Apenas la estoy
acompañando”.
Esta poeta sujeta al dictado interior de los días, a
una poesía convertida en destino, en testimonio vivencial de su propia herida;
nos enseña a sortear los vértigos de la existencia y el conflicto interior que
todos compartimos, más allá del género y sus tribulaciones.
Poseedora de la esperanza de quienes han tocado fondo,
su escritura, refleja también, el hondo secreto de la mujer, que siendo poeta
nos revela la ansiada comprensión, como vaticinara, hace casi dos siglos, el
querido Arthur Rimbaud.
Líbrame de mi terquedad /de las ciegas cadenas /que
cargo por ser hija de Eva/ de la carne y su vanidad / del vacío y sus
matorrales.
En equilibrio, sobre el vértigo desafiante, Zingonia
clama a la provisión divina para alzar de la tierra nuestra precaria humanidad,
aunque sea a la altura de la cuerda floja del funámbulo.
Desde ahí se puede ser el juez penitente de la caída
del yo, y observar liberado, por la confesión de la culpa, la ruta de la
resurrección a través de la palabra, aunque sea al borde de la justificación y
la duda, pues “todo es vanidad y el arte un espejo”. Una máscara de ese gemelo
incómodo que al desenmascararse, nos desenmascara.
es peligroso / mirarse en el espejo/ y dejar que ese
rostro / se apodere de tu rostro/ que esos labios/ sonrían/ una risa que no
tienes.
¿Qué se puede hacer cuando la esperanza subyace
prisionera de nuestra propia vanidad? Acaso hasta el ingenuo diablo caería en
las redes de la altivez humana, como un alado bicho del Bosco en medio
del Jardín de las Delicias.
Entonces, ¿cómo buscar la redención? Vivimos recelosos
del vecino, todos estamos hechos con la misma tela y no es tan fácil amarse a
uno mismo, aunque aún persista el complejo de superioridad.
Pareciera que a través de estas páginas, sólo nos
queda el lamento o el silencio, ese diálogo de la soledad a través del cual el
poeta espera “hablarle a Dios un día”.
Miro al prójimo con amor de prójimo / admito mi
incapacidad/ confundo el amor con otro amor. / ¿Qué ejemplo seré para hijos/
hermanos otra gente? / ¿Qué ejemplo serían aquellos /seres ejemplares/ si
conociéramos los pormenores/ de sus intenciones?/ Nunca seremos hormigas/
cabizbaja muchedumbre/ en elevación del bien común. / Nunca el hombre será
santo/ los santos sólo han nacido en piel de hombre/ para contar un cuento/ para
redimir lo irredimible.
A primera vista, sin leer entre el silencio de los
versos, el lado oculto que poseen, uno podría deducir; que no hay ser humano en
el que persignarse, ni paraísos posibles sobre esta nave terráquea y que sólo
Dios en su más allá podrá redimirnos, aunque persista la condena de ser
prisioneros de la esclavitud del pecado. ¿Habrá la loba engullido la esperanza?
Porque cada día mueren miles/ y miles matan/ cada día
nacen crónicos batalleros/ de la existencia. Mientras… nosotros, los ciegos habitantes
del pueblo global / seguimos como Ismene / caminando cobardemente por la
historia / refugiados en la red, ojos agachados / como si todo y nada estuviera
aconteciendo… ¿Qué de nosotros si Antígona / hubiese depuesto su alma?
Pero a pesar de las desgracias de la vida,
la ciudad eterna e invisible donde habita la poeta tiene recovecos, refugios, sin
timbres ni nombres desde donde mirar al otro entre la esperanza y el
olvido,en medio de los malabarismos de la soledad. Y así, después de
haber auscultado y escarbado el mundo de la ilusión se le da la sepultura
merecida; para iniciar el ciclo, ya sin pasado, a lomos del viento y
lejos de la ensoñación.
Si estuvieras a mi lado/ sería lo mismo/ no se
resolvería el enigma / y seguiría sin leer el periódico/ seguiría pensando/ que
no puedo hacer la diferencia/ ni en tu vida ni en aquella/ de ningún otro
hombre.
La verdad encandila, enceguece y es abrumadora, pero
sólo ella nos hará libres: por eso lleva razón el amigo Pietro Federico, cuando
nos dice: “Este libro comienza con un triple final. El fin del pasado, el
fin del futuro y el fin de un sueño”.
De ese modo Zingonia, respira las olas del
destino, convierte lo exterior en interior, nos lleve de la mano entre las
ruinas de su quimera, nos muestra, también, la lumbre de ser madre, los objetos
personales más cercanos, los pasos avisados de su expiación y la paz
interior encontrada a través de la oración y de su fervor a Dios:
Hoy también me acerqué / a la Eucaristía / para
atrapar el Verbo / que ilumina esta soledad.
Cosmovisión que comparte, para mí, con la poeta
Argentina Olga Orozco, en lo que nos dejó dicho:
“Que el amor es muy peligroso y la dicha
vulnerable,… pero que siempre hay una última salvación esperanzada. No la
esperanza en sí misma necesariamente, pero sí, al final, en una esperanza
religiosa… pues el poeta que se busca más allá busca también más arriba. A
medida que asciende desanda el camino que hizo el Verbo y va a llegar al punto
de la unidad primera cuando éramos uno con la Divinidad”.
Divino Niño. Tú que/ nos viste tomar güisqui/ y
entusiasmo/ escucha mi oración: /en las dificultades: ayúdalo/ en las
tentaciones: defiéndelo/ de los enemigos del alma: sálvalo/ en sus dudas y
penas: confórtalo/ con tu inmenso poder: protégelo. / Amén.
El balance entre el amor profano y el amor Divino es
la pértiga que sostiene a flote la zozobra sonriente de ésta avezada
equilibrista , pues además de su fe, coincide, a través de la poeta que lleva
en sus adentros, con E.M. Cioran, en eso de que… “Dios es el interlocutor
irreal y sin embargo existente del hombre totalmente sólo. Sostengo que no se
ha conocido la soledad absoluta si la posibilidad de Dios no ha acudido a
nuestra mente. Dios es la expresión positiva de la nada, la metáfora última del
hombre solo”.
Para Zingonia el reino de los cielos también está en
la tierra, lo sabe por experiencia propia y porque consultándole a diario a la
cruz, encuentra: paz, liviandad y sonrisas. Una fórmula eficaz para
aligerar su trayecto y no precipitarse en el desequilibrio.
Espero afanosa el domingo: / la casa del señor. / Una
mínima iglesia de adobe y campana / sumergida en las colinas / de olivos y
cielos tersos. / Te ofrezco Señor, renunciar / a los excesos de esta vida /
moderna
Así, con la cuerda tendida entre la experiencia
personal y la experiencia mística, la sombra de su otra voz busca atrapar el
verso que diga la verdad y muestre sus aguas cristalinas, pues sólo a
través delos ojos de los niños, o en el pico de un ave migratoria, acontece
el porvenir para ésta poeta, que hoy nos cuenta su mejor historia.
Alguien me empuja a romper los esquemas / a caminar en
la verdad / con la fortaleza de los mártires / el desapego de los locos /
Alguien acaricia el corazón transparente / pone y quita las piezas / del gran
jeroglífico / posee la fórmula mágica / de mi gozo / Alguien me entrega a
diario la luz.
Osvaldo Sauma
San José, abril 2012
Equilibrista del olvido: fe y
escombros por Alfredo Trejos
Zingonia Zingone, metida en una bota, ve hacia todas
partes y concluye, sin la menor ostentación, que si está todo está así de
oscuro es porque a diario recaemos en antiquísimos comportamientos, en
maldades, en egoísmos, en trucos evidentes. Aquí la poeta hace crónica de un
mal terriblemente raro: el propio, el que le toca, el que le han impuesto; pero
es valiente y escribe una sentencia amable, de corazón, pero sentencia al fin y
al cabo. Y sigue su camino a solas. La soledad entre objetos fieles es más
soledad, creo que me dice.
En toda la poesía de Equilibrista del olvido, la
autora se heló a un precio impagable. Increpa—por ejemplo— a nuestro amigo
suicida, a las decisiones injustas. Para Zingonia si algo va al espejo, casi
siempre al mismo tiempo algo hostil y malogrado vendrá de él. Instruye desde
una perdición que, si bien jamás conocerá, la ha padecido a manos y besos de
otros. Con autoridad marcial llama ilusos a los que osan meterse con ella sólo
porque sus asuntos son asuntos de la poesía, ese verdadero poder superior,
quisiera yo pensar. Hay un revés, un lado chueco, lleno de actos siniestrados,
de tentaciones, contra el que ella se sabe impotente, contra el que escribe al
menos. En estas condiciones ir en paz nunca es precisamente ir en paz.
Aunque no tolera espíritus torcidos, Zingonia se
permite atrevimientos, unos pocos. Ama y gusta de ser amada, se sumerge en
rituales con ambiguas intenciones en las que la piedad y la ambición creadora
(quizá la más humana de las ambiciones) no desentonan. Como Erasmo, expone que
dos de las posibilidades para escapar de esta vida miserable son la utopía y el
arte. Las otras son el sueño, la locura y la muerte. Ella insiste en la utopía
y lucha a mano limpia en el arte. Se le agradece al final que insista en orar
dulcemente por aquel de quien cree más lo necesita o lo merece. La suya nunca
es una intromisión cuando parece confesar faltas que le son ajenas porque son las
de todos. Presa de su última moneda, nos quiere convertir y falla. Pero está
bien. Ante la cordillera del dios en el que me cuesta creer, después de leer
este libro, todo sigue siendo patrimonio de la más negra lástima. ¿Qué queda
entonces? Para mí, lo que queda es la bondad y la sinceridad de Zingonia
Zingone al compararse con una ciudad inacabada.
No creo en las visiones. No al menos cuando se trata
de poesía o cuando éstas se consideran un don. Es por eso que me hallo tan a
gusto en las imágenes reveladas por Equilibrista del olvido ya que
son ante todo materia, sutiles aglomerados a merced de los sentidos. Es poesía
de este mundo, peatona de este mundo. Una vez más siento en ella que es posible
comunicar y poetizar con suma perfección casi como si fueran la misma cosa. Una
vez más Zingonia obtiene (quizá hoy con más convencimiento y mayores recursos)
una sincera confesión de su realidad.
Hay fe y hay escombros en estos poemas. Padecen de
repulsión al mundo tal y como es: tajante, irresponsable y sucio. Pero se leen
con fascinación porque rebotan en el cuerpo como si fueran turbias caricias que
son en sí un obsequio, una ofrenda, una espina de mujer que hiere y cura.
Zingonia exhuma una bodega de antigüedades —como hay tantas— en la que se
encuentran el pan, el perro herido, las frágiles compañías, las ausencias
cínicas, la música que amarra sus naves a un fatigado tronco. Yo conozco a
Zingonia: ella es así. Acostumbra poner perlas donde no hay nada.
Cartago, abril de 2012
Desde el Callejón del Gato
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ResponderEliminarJajajajaja, no si seguimos tomando este tipo de fotos nos van a contratar de teloneros de los Backyardigans...Gracias a Melvyn. Gracias, sobre todo, a Zingonia, por contar con nosotros!
ResponderEliminarLa belleza te lleva de la mano hasta los últimos rincones de la verdad Melvyn.
ResponderEliminarLindas palabras Elizabeth
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