Sobre Apocalipsis íntimo
“La revelación del tedio, según Carla Pravisani”
Alfredo Trejos Ortiz
Apocalipsis, en la inmediatez de su significado, no implica necesariamente el que sea un menú de cataclismos, sino tan solo —como bien se sabe— una revelación. Revelar es también contar un secreto a unos pocos elegidos para que tomen sus medidas, para que se pongan con Dios o con el diablo, según sea el caso. En el caso de Carla Pravisani, su Apocalipsis íntimo le incumbe a quien lo lea de forma tan leal y tan cómplice porque previene de cosas que —siguiendo el juego bíblico— ya se ven, cosas que ya están pasando.
Para la poeta, conocerse es perecer dado que así ya no se ofrece batalla. Se puede existir en lo sucesivo, pero ya por inercia, ya con ambos pies puestos en el destino. Que si quisiste, quisiste mal, que si elegiste, elegiste mal, que si te quisieron, te quisieron mal. Ella pregunta y todo es una piel sorda. Y es que rebotar contra la piel que tanto se desea, de la que tanto se espera incluso, es el mayor castigo por el que alguien puede pasar. ¿Y la realidad?...Sigue ahí: no acuna, no acurruca. Sigue. ¿Y la poeta?...En labor de aseo. Trabajando. Y en su trabajo —esmerado y ordenado— hay una porción conciente desde la cual surge la devastación. Yo diría, después de leer Apocalipsis íntimo que soy mi propia hoguera. Y todos deberíamos pensar que no importa si dura mucho o poco la fiesta de dejar de ser: es lo que al fin y al cabo nos determina.
A la luz de ciertas revelaciones, uno termina royendo sus propios huesos. Y esto es ciertamente desalentador. Pero, si como Carla, poetizamos lo revelado, tarde o temprano todo arribará a su orden y entonces habrá una salida, una oportunidad, un umbral, un libro. A la creadora le urge ser salvada y sabe que sólo escribiendo lo será. Casi todo Apocalipsis íntimo es una oración a un dios prevaricante que la autora eleva para volver a una tierra conocida. No se siente desarraigada, sólo limitada en sus esperanzas. En lo personal tuve que ser fuerte para leer ciertos poemas ya que asustan por su pronunciada fijación en el desaliento, en los rostros paupérrimos que lo trivial va tomando. Por otra parte, en estos poemas hay también placeres diseminados a ciegas: placer por lo cursi, por la astucia y por la inocencia, por lo extraño, por lo desabrido y por lo sublime. Opera pues como un manual de observación de mitos cotidianos, de la mundanalidad entendiéndose como los hechos del día, un día a la vez…
Escribir poesía es ir por el mundo creándolo de manera un poco torpe, ya que no se merece un mayor ejercicio de pulcritud, una observación extraordinaria. Carla Pravisani escribe pasmosamente bien, pero se reserva siempre un pliegue sucio y fastidiado para ofrecerlo al lector como una habitación extra en su discurso. La poeta tiene el privilegio de escuchar a quienes han visto ya cómo la fatalidad habla de la inocencia. Nutrida de contradicciones, observa y canta, observa y dice, hasta el punto en que parece convencida de sus sentimientos. Acá, el rojo sangre del amor se vuelve polvo. Es un amor que no convoca pasiones sino lástimas. Es un amor al que el tedio le separa los labios y le sopla sus fétidas costumbres. Ante todo esto, no sé por qué, llorar junto a Carla no tiene sentido, o tal vez sí: ¿será que todos somos una bestia mística y que de cada canción hacemos una tragedia?
La poeta pide y sabe que no se le dará. Perennemente torturada, rompe la bombilla del amor y lo denuncia. Lo suyo no es una cruzada por la eternidad sino por el aquí y el ahora, que tanto le deben. La poeta pasa factura y sabe que no se le pagará. Para desquitarse de semejante estafa, crea, escribe, sube como ofendida, como demandante, a un banco de intemperies y expone su caso extrañamente aún en sus cabales. No presume nunca de tener la razón pero toda la indigencia y toda lo absurdo de esta vida tienen, quieran o no, que escucharla hasta que termine de decir su último poema.
Leyendo Apocalipsis íntimo se descubre que hay una doble esencia en las cosas: la que invita a vivir y la que invita a morir. Uno ve que los elementos hacen lo que les da la gana con los despojos, con las cenizas. Que hay que evacuar la casa, la ciudad, los sentimientos y que no podés llevarte más que dos o tres porquerías…Y sí, Carla, sí existe Meg Ryan, y sí se ríe como tonta, y sí —esto lo digo yo— el amor es el hombre de hojalata bailando ridículamente por un camino de oro. Es curioso: uno escribe poesía para reconocerse, pero uno termina apenas disfrazándose, tomando los votos y el claustro para estar entre iguales, o al menos para oír las últimas noticias de gente parecida. Perdón por este párrafo caótico, pero ante tus poemas eso que llaman sosiego es sólo privilegio de los mamíferos menores…
Olga Orozco escribió: “te perdías igual que la mendiga en el delirio de los lobos”. Éste es el deambular de Carla Pravisani, en cuyo Apocalipsis íntimo la esperanza se mantiene en secreto. Su posición es que la ternura nos ablanda, es decir, que si a veces no nos queda más que ser llevaderos puede que nos volvamos irremediablemente vulnerables. Los poemas de Carla forman un vía crucis y cada pieza en bajo relieve de un vía crucis es en sí una máscara. La poeta se conoce: sabe que tiene el poder para descarrilar un cosmos, que la rutina nos vuelve transparentes, que en la frustración biológicamente expuesta hay un terrible combate. Carla pide, ruega. Es una poeta mendicante que toma el corazón por los tobillos, como si recién naciera.
Alfredo Trejos Ortiz
Cartago, marzo de 2011.
tengo el libro ya y con este texto de alfredito dan más ganas de empezarlo.
ResponderEliminar