jueves, 1 de octubre de 2009

2 Textos de Angélica Murillo

La Navaja de Okham


Angélica Murillo
Munich, 1349

Dicen que Okham tenía una navaja
como ninguna.

Aún en una torre
sus cortes invisibles
su lengua bífida
de reptil venerable.

El agua que no corre es hidro
geno a secas
corta las venas como hidra
sin sutura.

Al principio dios
tenía un peluquero.

Pero un día
le hizo un corte –digamos– muy poco varonil
y el peluquero fue a dar con sus mechas al infierno
sin tijeras
ni cuchillas p’afeitar.

Para el XII
ya le había crecido demasiado la barba.

(Dudo
que ese dato sea objetivo
dado el clima en esos lares)

El caso
es que el mentado pelo era un meandro
y un cruce de inmundicias con Caronte
resentido
de que alguien tuviera una barba
más llena de mugre que la suya.

Pero dios se acordó –eh claro
allá por el XIV–
del peor pela gatos que en el mundo haya parido.

Y él –que no olvida ni a las putas–

a. Se divirtió de lo lindo con una
b. Virgen
que tenía un hijo
c. Se llamaba Guillermo y no sabía
d. Porqué las pompas de jabón son esféricas.

(Oiga, no es mi culpa
esa ley divina del fluir de la conciencia)

Cuentan los que saben –que siempre saben poco–
que Guillermo nació con aquélla navaja
bajo el puño de la camisa.

Y desde muy pequeño –no llegaba ni a semilla–
sucumbió a esa inútil y perversa:

Filosofía.

Aunque ignoraba
para qué diablos había nacido.

Y dale Guillermo con su bla-bla-bla
en el justo instante en que tatica recordaba
que la barba de un delincuente
puede ocasionar:

–lesión de lengua y - o urticaria
–trastorno afectivo bipolar
–secreción mucoide debida al
epitelio corneano en dioses con lentes de contacto.

En fin
alteraciones de la libido y para qué
si Guillermo de Okham
tenía una navaja
que afeitaba como ninguna.





El Clan

En la puerta de la hembra oscura los nuevos ofitas esperaban el espíritu. Y la verdad debía llegar como un guerrero.
¿En qué otro lugar podíamos vivir en las drogas y el sueño? Solo aquí, en el viejo reino de los hijos de Cronos.
Matías, Nora, Octavio y yo. Nos suplicó que si alguna vez habíamos sido amigos…
Juan Escoto, ese sabio irlandés del Siglo IX, negó la existencia sustantiva del pecado y del mal; declaró que todas las criaturas, incluso el Diablo, regresarán a Dios.
El sabio era ciego y su silencio estaba más allá.
En el principio fue Wana-Apu y Wana-Apu enseñó cuanto sabía a Chilam-Apu. Fue el día en que el árbol del cielo bajó a la tierra, morada de los dioses aún no nacidos.
Aprendían unos de otros, mas nunca hablaban.
Octavio tomó el agua para hervir; encendió la hoguera. Bajo el resplandor los rostros se volvían blandos, los cuerpos: gelatinosos.
–El mundo es un inmenso caldero y aquél que cae en él no sale nunca.
Sobre la pared una onda, un signo, un acertijo. El primer compás de una danza.
Estoy a punto de beber y la historia es un ídolo con pies de barro.
–Soy un reptil y quiero besar la tierra.
Más allá del círculo, la entrada, el bosque.
Alguien me besa. Y evoco la primera palabra.
–Dice Strauss que la escritura sirvió para esclavizar.
–Propiedad de minorías que se hacían llamar hombres.
–Humanidad.
–Es lo mismo…
“Nora, dame un beso”.
Nora se levantó y se arrodilló frente a Matías, tocó su silencio, aderezó su insignia de plumas, su máscara verde.
–Hermano, yo tiemblo bajo tu luz como un reptil y espero, que el pájaro descienda.
Y el más viejo entre nosotros dijo: “Aquella noche la culpa fue del vino.”
Afuera todo el bosque respira como una ciudad amurallada.
Alguien me besa. Y el viento irrumpe en la cueva como un jaguar pequeño.
–Él salvó a los mellizos. Vivía a veinte pasos de aquí. Hace siete noches, cuando la luna estaba negra, danzó con su amada, su hermana, conmigo. Tenía una flauta y muchos arcos y flechas y pieles.
Se sabe a salvo y no obstante vigila.
“No hay que formar lo deforme.”
–Luego vino el delirio y del delirio la visión, los no sentidos.
–Y la cueva que palpita hasta que irrumpe la belleza.
Nuestro centro era el sabio, Chilam-Apu, la contemplación de su silencio, de ese otro decir que es el abismo del si-mismo, que es el logos, la palabra única, indecible.
Es necesario que el día suceda a la noche. Ésa era la ley. Y bebíamos hasta alterarnos la conciencia.
El devenir está en el ser y uno es más que dos.
Decía Nietzsche que el hombre es un animal no consolidado, algo así como un dios a medio hacer.
¿Puede el ser llegar a ser algún día?
–Todo me da vueltas.
“Nora, te alejas de mí como una galaxia.”
–Como un agujero negro en la pared.
“Nora, ten cuidado.”
–De qué… de quién… ¿De vos?
“Soy deforme e incompleto.”
–No tenés ni idea, vámonos al infierno.
Y Octavio se reía, se reía.
–No somos cristianos.
Heredoto fue llamado por Plutarco el philobarbaros, el amante de los salvajes. Y nosotros queríamos ser bárbaros. Frente al dogma y la ley: la libertad.
Acaso no debíamos sacrificar a Prometeo, devolverle sus obras con un “aquí tiene señor, no le damos las gracias, pero aquí está su fuego.”
–Muerte a Prometeo.
–El movimiento se devora a sí mismo.
–Si la creación es arbitraria, también la destrucción debe serlo.
Matías, Nora, Octavio y yo. Buscábamos el saber último de todas las cosas.
–In omnibus partibus…
–Y Diógenes con su lámpara.
Y yo era Octavio y Octavio era Nora y Nora era Matías y Matías… el representante de dios sobre la tierra.
Nos preocupamos tanto por saber que renunciamos a nosotros mismos.
Hasta que Matías, antes de ser Chilam-Apu, antes de ser el sabio, dijo:
–Entre el miedo y la fascinación.
Y Nora:
–¿Dónde está el conocimiento?
Y Matías:
–En mi cabeza. ¿Acaso no es el cráneo el recipiente, el cáliz por antonomasia?
Y no me sorprendió que Octavio abriera mucho los ojos y dijera “tenés una serpiente en la cabeza”.
Fluir, dejarse llevar por el deseo, librarnos de la verdad aparente de las cosas.
Si todo es nada y nada es todo, ¿qué importa compartir el pan?
Nos suplicó que si alguna vez habíamos sido amigos.
Hace mucho tiempo, cuando los hielos avanzaron, las hijas de los hombres se refugiaron en las cavernas, contenedoras de semillas y raíces, de ángeles unidos por la danza sagrada del incesto.
¿Qué importa la ley? Tenemos una piedra y un sabio, le hemos sacado los ojos y vaciado el cerebro. Es nuestro, contemplándose eternamente a sí mismo.

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